Oriol Llopis: "Ray Davies & the Kinks. Poemas Cotidianos"



En febrero de 1978, los Kinks acababan de iniciar su etapa por Arista y empezaban a disfrutar de un éxito sin precedentes en el continente americano, donde cada vez actuaban en recintos de mayor tamaño. No obstante, en España seguían siendo algo minoritario. Pero Oriol Llopis les dedicó un amplio artículo en la revista Vibraciones, probablemente la publicación más importante de rock de los 70 en España, en el que se esforzó por explicar al público español lo que hay detrás de cada disco de los Kinks, no solo en lo referente a la letras, sino también en todo lo que tiene que ver con la intencionalidad, contexto y dimensión artística y social. Por todos estos motivos reproducimos íntegramente el artículo a continuación.



Portada del número 78 de Vibraciones
Portada del número 78 de Vibraciones, con el artículo de Oriol Llopis


Los Kinks. Uno de los grupos pioneros en los sesenta y que menos aceptación tuvo en nuestro país. ¿Demasiado ingleses? Sus letras, en las que retrataban finísimamente las anticuadas costumbres de su país, eran demasiado elaboradas para los españolitos, que a duras penas sabíamos lo de que “My taylor is rich”. Y la música. A veces elaborada, a veces sutil, a veces adelantadamente heavy... Demasiados matices en un país —el nuestro— donde se conocían los Beatles, los Stones y, algunos enterados, los Who; para de contar. No sabíamos más.

Hay pequeños, pequeños y significativos detalles en la historia y posterior evolución de los gustos musicales de cada uno de nosotros. Quiero decir que casi es seguro que recuerdas cómo y dónde descubriste a Hendrix, o la primera vez que escuchaste a los Stones, o el día en que “Walk on the wild side” te abrazó por detrás, silenciosa, perversamente y sin previo aviso… Pero los Kinks siempre fueron algo borroso. Impreciso. El día que se haga un Vib's sobre ellos, ya te contaré cómo los descubrí yo, gracias a una marca de gaseosas… pero esta es otra historia. Cuando los grupos famosos se contaban con los dedos de una mano —recuerda: Beatles, Stones, Who y (con suerte) los Kinks— casi todo el mundo elegía como favorito cualquiera de los tres primeros. Pero los seguidores de los hermanos Davies & Co siempre eran minoría. Y ahora, con los años amontonándose encima de estos grupos, uno se acuerda de por qué los Kinks eran un grupo de minorías, por qué poca gente se fijaba en ellos: eran demasiado SUTILES. Con los martillazos primarios de Who por un lado y el pateo eléctrico de Stones por el otro, la música de Ray era el equivalente a un tenue olor agradable, de colonia o té recién hecho, una finísima voluta de humo azulado que se deslizaba por tu lado. Y era difícil percibir de donde procedía…

Esto no va a ser la historia de Kinks como grupo, pues ya te digo que tengo fe en que algún día se confeccione un dossier sobre ellos. Esto va a ser la historia de lo que Ray Davies llama sus “álbums-concepto”, es decir, LP's con una serie de composiciones que giran en torno a un asunto concreto: la predilección de Ray por la sonoridad de los music-halls baratos, su debilidad por las operetas de pacotilla, es algo que indudablemente influyó en su interés por narrar historias mediante diez o doce canciones. Sin embargo, no pudo dedicarse a esto hasta finales de los 60's, cuando ya llevaban unos seis LP's grabados… Y no es que Davies dudase, hay que recordar que los sesenta es la década en que los singles y EP's eran los reyes, y los álbumes eran generalmente una recopilación de aquellos. Pero en 1968 Kinks llegan a un punto decisivo en su carrera, con la grabación de The Kinks are the Village Green Preservation Society. Este es el LP que señala el inicio de una nueva etapa, el periodo de álbumes que pueden considerarse como ”suites” y centrados en una temática definida. Como una obra de teatro con sus correspondientes reglas: planteamiento, nudo y desenlace.

Hasta el momento, Ray se había visto obligado a restringirse a canciones de tres minutos como máximo, destinadas a singles y sin posibilidad de desarrollar sus historias cómodamente. Las normas del sello discográfico para el que habían fichado —PYE— no admitía concesiones: temas de tres minutos, pegadizos y con la obligación de acercarse lo más posible al Nº 1 de las listas. Ray Davies se rebela: Village Green será su primer intento por elaborar una postal musical de su Inglaterra favorita, repleta de personajes curiosos, tacitas de té a las cinco, céspedes cuidadosamente recortados, siluetas con bombín, paraguas y Times bajo el brazo… Con este disco, Ray llega más lejos que nunca, pero no es ningún éxito. Incluso ha sido considerado como la obra-fracaso de nuestro hombre, sin tener en cuenta que Village… tiene que aceptarse como un aprendizaje absolutamente necesario para adquirir una seguridad progresiva en el modo de desarrollar futuros “álbumes-concepto”. Y, por lo menos, dale la oportunidad de presentarte esta Aldea Verde:

Que Dios salve las pequeñas tiendas, las tazas chinas y la virginidad.
Nosotros somos la Asociación contra Los Rascacielos.
Que Dios salve las mansiones estilo Tudor, las mesas antiguas y los billares.
Resguardando del abuso, las viejas costumbres.
Protegiendo las nuevas para ti y para mí.
Qué más podemos hacer… Sino salvar Aldea Verde.



Arturo y el Imperio. Lola y la pasta (regreso a los '60)

A partir de una idea y una serie de composiciones de Ray, los Kinks desarrollaron en 1969 una obra musical, que titularían Arturo o el declive y caída del Imperio Británico. Una cadena privada de televisión, la Granada TV, había encargado al grupo un musical con argumento; estaba dispuesta a producir, financiar la obra y emitirla en pantalla, pero parece ser que finalmente los resultados no fueron del gusto de los ejecutivos “granadinos”, con lo que el proyecto se redujo simplemente a la grabación de la parte musical, para editar un LP. En Arthur…, Ray analiza la sociedad inglesa desde un nuevo punto de vista, dedicando una especial atención a los que se pasan de conservadores, obsesionados en una postura que no conduce a nada, y que no acaban de aceptar la pérdida de su imperio colonial. Para poder exponer estas ideas y dar cuenta de lo ridículo que puede llegar a ser el sentimiento patriotero —que no patriota— Ray utiliza como vehículo de expresión un nuevo personaje de su cosecha, Arthur Morgan y el universo banal que hace de su vida, rutinaria y mezquina, con una serie de ideas fijas que nunca será capaz de hacer evolucionar.

Haciendo un pequeño recuento de los temas que va tocando Ray, puede verse que, por el momento, ha reflexionado en defensa de la ecología y contra la industrialización en Village Green, mientras que en Arthur… se carga el inmovilismo mental de una cierta sociedad. Pero en 1970 descubre —o más bien, decide hablar sobre ello— algo tan jodido, tan peligroso y tan mosqueante como los temas elaborados anteriormente. Y que además, es un asunto en el que él mismo lleva metido ya seis años: el mundo del Show Business (show-biz para los amigos). Artistas puteados por los mánagers, artistas que se prostituyen, artistas que no se comen un rosco por tener ideales… Esta es la historia, y Lola versus powerman and the moneygoround su título completo... Que, en traducción libre, viene a ser algo así como «Lola contra el hombre poderoso y el poder de la pasta». La industria de la música, su comercio, los tejes y manejes que en torno a ella se crean, las extorsiones y chantajes que pueden llegar a hundir a un músico, todo esto Ray lo conoce de sobra, y no precisamente de oídas. Es un montón de vivencias, de experiencias, presiones y malos ratos que ha tenido que sentir en sus propios huesos. Tal vez sea este el motivo que hace de Lola… una remarcable obra autobiográfica y uno de los LP's más queridos, más “sentidos” por el grupo: porque a pesar de que es un mundo en el cual los músicos honrados pierden siempre, inevitablemente es SU mundo. Y Ray aún tiene suficiente humor para mirárselo con ironía, especialmente al nefasto personaje-parásito que es, en el rollo del show-biz, el intermediario:

Robert debe la mitad a Greenville
Que a su vez, dio su mitad a Larry
A quien le gustaba tanto mi instrumental
Que lo cogió y dio la mitad a una editora extranjera
Esta guardó para sí la mitad de lo que había sido ganado en un país lejano
Y dio la mitad a Larry
Con lo que yo, finalmente me he quedado
Con la mitad de Dios sabe qué cosa…

Después de empezar a insinuar el inmenso trapicheo que hay en el trasfondo de la música, con todo dios intentando vivir del cuento, chupando del bote a costa de los pobres desgraciados que, rompiéndose los cuernos, se pasan media vida encerrados en los estudios de grabación, Ray generaliza sus intenciones. Y llega a la clave, la idea fuerte, la causa del todo el follón y la llave del éxito o del poder: el dinero.

Ha habido mucha gente intentando conquistar el mundo
Napoleón y Gengis Khan
Hitler lo intentó. Mussolini también
Pero en cambio Powerman no necesita luchar
Powerman no tiene necesidad de usar armas
Powerman tiene la pasta de su lado

Por esta época, Kinks pasan la mayor parte del tiempo de gira por USA, donde tienen un éxito y un reconocimiento inesperado. Pero a pesar de lo bien que les van las cosas por allá, en 1971 deciden volver a Londres y grabar una nueva historia, dedicada al barrio obrero del que proceden: Muswell Hill… Y será un álbum pesimista lógicamente, como pesimista es el modo de ver las cosas en Muswell Hill. Porque si bien las melodías son en ocasiones extremadamente alegres (“Muswell Hillbilly”), como contrapeso está la esencia de los textos de Ray, inquietos y angustiados, preocupantes y —aunque tal vez un poco pueriles— realistas:

No tengo ilusiones, soy un hombre del siglo XX
Y no me gusta nada estar aquí
Mamá dice que no puede comprenderme
Ella no entiende mis motivaciones
Únicamente puede aportar una cierta seguridad
Soy un producto esquizoide y paranoico
Soy un hombre del siglo XX
(“20th Century Man”)

Leyendo este texto, uno entiende bien lo que, en una ocasión, impulsó a Ray a declarar que él, en realidad, únicamente escribía acerca de las cosas contra las cuales no tenía defensas. Aunque sí escribe acerca de lo que el hombre cree que es la solución a sus problemas:

Y él beberá cualquier cosa, no importa el qué
Oporto, Pernod o Tequila
Ron, Scotch, vodka con hielo
Hasta que todos sus problemas hayan desaparecido…
(“Alcohol”)

Desde luego, en este disco Ray no demuestra precisamente un entusiasmo ni un interés excesivo por la vida; más bien parece que solo ve en ella malos rollos mentales (“Blues de la ezquizofrenia y la paranoia aguda”), con lo que el disco puede dejarle a uno hecho polvo. Solo en el último tema se intuye un atisbo de rebelión, de inconformismo:

Nos están metiendo en cajitas todas iguales
Sin carácter, únicamente uniformidad
Quieren construir una sociedad de computadoras
Pero nunca lograrán hacer de mí un zombie…

Algo es algo...



La madurez de los “concept-albums”

En 1972 aparece un doble LP titulado Todo el mundo está metido en el show-biz. Todo el mundo es una estrella. Otro álbum con guion, aunque no es doble en el auténtico sentido de la palabra: un disco es la historia, el otro es una grabación en directo de la gira por USA. Everybody's in show-biz, everybody's a star es el disco más americano de los Kinks. Sabiendo que Ray es un apasionado de las comedias musicales a la americana, no es de extrañar que quisiera hacer un disco atraído por el mito hollywoodiense, el mundo del espectáculo, sus estrellas, el éxito, el fasto, el lujo, los oropeles y todo eso.

Pero Ray es por excelencia el poeta: el poeta de lo ordinario y lo banal, y lo que se propone no es precisamente glorificar el asunto. Lo que él hará será mostrar la fragilidad, los pies de barro de las grandes estrellas, lo absurdo de pretender lograr una fama y una inmortalidad efímeras. No hablará de los momentos estelares de un artista, sino de sus pequeños momentos de soledad en hoteles anónimos, en giras extenuantes que se parecen todas unas a otras, la vida en la carretera sin oportunidad de encontrar auténticas amistades… Es la eterna cantinela; el show debe continuar:

Aquí llega un nuevo amanecer
Aquí llega un nuevo día
Afina los trastos, prepárate para tocar
Igual que no importa qué otra noche
No hay modo de parar esto, no me puedo retrasar
Y estoy cansado…
De tener que soportar un nuevo día
(“Here comes yet another day”)

Y si antes he hablado de hoteles anónimos, era con la intención de reproducir unos versos tan reveladores e incluso más definitivos que los anteriores:

Si mis amigos pudiesen verme ahora
Con mi corbata de lazo y viendo la tele hasta la madrugada
Dando vueltas por el cuarto como una vieja loca
Me preguntarían qué estoy intentando demostrar
Escribiendo melodías para musicales anticuados
Y me preguntarían
A dónde lleva todo esto…
(“Sitting in my hotel”)

Y llegamos ya a la obra más ambiciosa de Davies: Preservation act 1 y 2, compuesto de un álbum sencillo aparecido en el 73 y uno doble que salió un año después. Aquí desfilan casi todas las ideas que Ray ha ido plasmando a lo largo de sus concept-albums.

Para empezar, la historia se desarrollará en Village Green, el pueblecito que ya sirvió de escenario al primer disco-con-historia de Kinks, y también se encuentran los nocivos elementos encarnados en Arthur…, y el manejo del dinero que se insinuaba en Lola…, toda una problemática a desarrollar en Aldea Verde, que para esta ocasión está dominada por Mr. Flash —uno de los personajes más elaborados por Ray— y sus compinches, que van desde el jefe de la policía secreta (Big Ron) hasta el tesorero, pasando por el vicario del pueblo, el bicho más pervertido y alcohólico del grupo.

Ray presentó esta obra como una «fábula contemporánea acerca del abuso del poder y su influencia corruptora» y demostrando claramente que la gente sencilla es la que lleva siempre las de perder en el programa político, cualquiera que sea este. La cuestión es que, en esencia, la cosa va así: Flash es el tío que manda en Village Green, tiene la pasta y, por lo tanto, lo controla todo. El pueblo las pasa canutas bajo la mano dura del dictador-señor Flash, se están hundiendo todos… hasta que aparece Mister Black. Se lo monta de líder, revoluciona y lanza al pueblo contra Flash, este es destronado… y entonces Black «para que no vuelvan a pasar cosas así» organiza un programa de lavados de cerebro total. Los que no estén conformes son llevados a Scrapheap City («ciudad de las cabezas desmanteladas»), una especie de campo de concentración. Pero pocos son los enviados allí. La gente está contenta con las promesas de Black, cuya campaña política se basa, más o menos, en el lema «Una casita, una tele y una lavadora para cada uno»… el engaño de siempre. Porque los habitantes de Aldea Verde, claro, se sienten la mar de liberados, solo porque han derribado a Flash, sin darse cuenta de que Black es igual al anterior.

Pero lo que yo personalmente le agradezco cantidad a Ray es que en ningún momento adopta, mediante sus canciones, la postura de “intrépido-denunciante-de-injusticias-politicosociales”.

Sus personajes, las situaciones que crea y los temas que toca no son tratados nunca con pedantería, bien al contrario: hay siempre el toque de humor, una fina ironía que convierte al más perverso en un pillín cachondo, a los “malos” en malvados de folletín tragicómico, a una temática preocupante en un vodevil sarcástico… Solo hay que mirar la contraportada de Preservation para comprender cómo se toman los Kinks el asunto de la política: disfrazados como los personajes de la obra, son las auténticas caricaturas de un cura, un político, un fanático de la revolución, un hombre de negocios, un matón… No he encontrado aún a nadie que no sonría mientras contempla esta foto.

En 1975 apareció mi álbum favorito (ya sé que cuando uno escribe tiene que mostrarse imparcial; pero…), el que considero más fructífero, con el índice de calidad más alto. Cualquiera de los temas incluidos en el Soap opera (1975: llevaban un ritmo de un álbum por año, e inclusive a veces grababan dos) es encantador. Es un disco melodioso, uno va tomándole cariño sucesivamente a todas las canciones, hay para todos los gustos y evocaciones de todos los estilos. Exquisitamente maquetado, incluye las letras de las canciones, cada una ilustrada por el gran Joe Pentagno, genial ilustrador y dibujante de cómics en aquella época.

En el disco, Ray protagoniza los dos papeles más opuestos, el de Star y el de anónimo empleado. En el tema que abre el disco “Starmarker” deja las cosas bien claras: está convencido de que él puede hacer de quien quiera una estrella. Para esto, va a meterse en la casa más ordinaria y poco interesante que encuentre (un modo sutil de Ray para introducirse en el mundo que adora: el de las cosas aparentemente insignificantes, la Inglaterra anónima y que lo clava sin profundidad). Dicho y hecho. Se cuela en la casa y cambia su personalidad con la de Norman, alias el chupatintas. Starmaker está convencido de que a partir de este momento Norman subirá y subirá, hasta ser una star

Los tres temas que siguen a la presentación son una sutil oda a los pequeños actos rutinarios que Norman realiza día a día, año tras año: “Gente Ordinaria”, “Blues de la hora de las prisas”, “De nueve a cinco”, son unas canciones que retratan lo anodino, lo aburrido, de un modo impecable, certero en todos sus detalles:

Se levanta a las siete en punto
El despertador se dispara
Y entonces la casa empieza a rocanrrolear
Entrando y saliendo del baño a las siete y tres minutos
Bajando las escaleras a las siete y diez para tomar el té
Querido, date prisa, perderás el bus…

Y sobre todo, cuando Ray canta el estribillo, a ritmo de clásico y añejo rock pero con unos textos totalmente puestos al día:

Y dale brillo a los zapatos
Ponte el traje a rayas
No me atosigues, nena
Mientras me lavo los dientes…
(“Rush hour blues”)

En cuanto a las largas, monótonas y aburridas horas de oficina, Ray también da buena cuenta de ellas:

Contestando teléfonos y dictando notas
Tomando decisiones que no incumben a nadie
Atrapado en la oficina de nueve a cinco
¡Oh! La vida es tan aburrida
Trabajando de nueve a cinco…
(“Nine to five”)

Naturalmente, cuando Starmarker termina su horario laboral como Norman, lo primero que hace es entrar en el bar más próximo. Otra constante en la obra de Kinks, es bien sabido: la poción mágica que todo lo arregla, un buen lingotazo de alcohol…

Beber me ayuda a olvidar lo que somos
No te lo pienses más y toma otro trago
(“When work is over”)

Starmarker empieza a hundirse, sus aspiraciones son cada vez más modestas y, al final, ya solo sueña con la posibilidad de unas pequeñas vacaciones (“Holiday romance”). No puede resistir la monotonía que supone vivir como Norman, y tampoco logrará sobresalir. Ya todo se ha convertido en una rutina exasperante, y con esta excusa, Ray dedica un tema al mal gusto con que tienen decoradas sus casas los horteras británicos.

Mi mujer tiene un gusto deplorable
Pero su mayor error ha sido
Decorar la pared con estos patos…
(“Ducks on the wall”)

La historia termina de dos modos. Por un lado, Norman —o Starmaker— se ve obligado a renunciar a sus fantasias y comprende que debe aceptar la realidad y vivir como lo que es, únicamente un rostro más entre la multitud.

Voy a hacer frente a lo que soy realmente
Debo comprender que solo soy un hombre ordinario…
(“A face in the crowd”)

Personalmente, me intriga el meollo, la “moraleja” de la historia que Davies nos cuenta en esta ocasión. Tal vez Ray quiere rendir un tributo al valor que supone vivir, durante años, como un Norman, sin pegarse un tiro. O, tal vez, quiere que con este disco, algún Norman que lo escuche se de cuenta a tiempo del aburrimiento perpetuo al que, inconscientemente, se está condenando… Y aún hay otra cosa. Antes decía que la historia termina de dos formas distintas. Porque después de que Norman acepte su vulgaridad, en las letras del disco hay una nota: «Y este es el fin de la historia de Norman, pero no para nosotros, porque siempre habrá alguien dispuesto a tomar su lugar; al fin y al cabo, todo el mundo puede ser una estrella»... Y entonces se inicia el tema que cierra este disco: “No puedes parar la música”. Y Ray habla de los cantantes que se hacen famosos, los que desaparecen, los que se van y los que no serán vistos nunca más.

Levantemos las copas por las rock-stars del pasado
Los que triunfaron, los que desaparecieron
Los que nunca consiguieron llegar
Y aquellos a los que nunca olvidaremos
Porque la música seguirá sonando
Y nadie la podrá parar nunca…
(“You can't stop the music”)

Schoolboys in disgrace (1975, el mismo año de Soap opera) es el último LP conceptual de Kinks, y en el que se cuentan las borrascosas andanzas de Mr. Flash en su época escolar. No es muy original, las melodías recuerdan frecuentemente a las de Soap opera... o más bien a material desechado.

Y llegamos ya al último álbum del grupo, Sleepwalker, en el que Davies —al menos aparentemente— ha abandonado la cosa de los guiones, y hace de cada tema algo único, con principio y fin. Sigue habiendo una constante, de todas formas su especial atención hacia los pequeños detalles, los pequeños placeres, los pequeños momentos agradables. “Sleepwalker” suena bien en el tocadiscos y logra que recuperen la credibilidad y un éxito considerable. Y te diré otra cosa: Ray Davies es uno de los pocos músicos contemporáneos que me encantaría conocer. He estado una semana enterrado entre biografías de los Kinks, nadando en datos y más datos sobre su vida, su evolución, sus diferentes épocas, y he llegado a la conclusión de que Ray es un tío majo, un auténtico poeta de las pequeñas cosas diarias, a las que nadie presta atención. Quizás Nick Cohn lo retrata mejor: «Ray Davies escribe acerca de… no gran cosa: las calles y las casas, y los pubs, unos días junto al mar, un poquito de amor… cosas que nunca cambian. La mayor parte de las veces escribe acerca de pequeñas vidas, pequeños placeres». Y mientras otros compositores de su generación elaboran unos textos que se pierden ya por el cosmos, a base de consideraciones filosóficas del estilo: «¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?», Raymond Douglas Davies tiene bien poca cosa que ofrecerte: unos versos que hablan acerca de la melancolía antes de iniciar una gira en “Life on the road”… E incluso te reconocerá que su música es solo un pasatiempo: “Juke box music”. Y “Brother”, la suavísima balada que cierra la primera cara de Sleepwalker es una maravilla. Y yo me quedo con Ray Davies y sus cosas. Porque siempre me ha inspirado confianza la gente que vive un poco en las nubes, hace equilibrios con una lata de cerveza sobre su cabeza, mientras actúa en directo y tiene un agujero en la suela del zapato. Ray posee todas estas cualidades…

Oriol Llopis, febrero de 1978